¿Qué se dicen los mayas de esta vasija?

¿Qué se dicen los mayas de esta vasija?

sábado, 22 de noviembre de 2008

Los ancianos y los poetas de Maxcanú

Una de las características más significativas, y menos comentadas por los antropólogos, de los mayas actuales es su interés, e incluso reverencia, por los libros, por todo lo escrito. Desde luego, la razón hay que buscarla en la trascendencia que la escritura, en cualquiera de sus formas y sobre todos los soportes, tuvo para los mayas prehispánicos. El famoso informante de Ascensión Amador, Donato Dzul Dzul, un hombre de más de noventa años, imbuído de una dignidad que resultaba sorprendente, había escrito en varias versiones el mito del origen del mundo en Oxkintok, que luego la antropóloga estudiaría y publicaría. En su modesta casa de campesino y trabajador del ferrocarril se apilaban decenas de libros tratados con mimo, y muchas hojas manuscritas. Y cuando la Misión Arqueológica de España en México publicó el primer volumen de la serie Oxkintok, y lo fuimos regalando a muchos de los habitantes del poblado, la admiración de las gentes, su forma de tratar el regalo, de acariciarlo con la vista y con las manos, de llamarlo el libro, de sentirse poseedores de un tesoro de incalculable valor, de mostrar su agradecimiento con respetuoso entusiasmo, nos ratificó en la idea de que la escritura, los libros, formaban parte notable del inconsciente colectivo de unas gentes educadas ancestralmente en el poder infinito de los símbolos gráficos. Luego supimos que algunos habitantes de Maxcanú, como Araceli Cab, se dedicaban a escribir, y que había poetas muy prestigiosos en la región que vivían o habían nacido en este poblado indígena maya.

martes, 28 de octubre de 2008

Maxcanú, un pueblo yucateco

A lo largo de mis viajes y excavaciones en América he tenido ocasión de vivir en muchos pueblos, a veces en duras condiciones, como sucedió en Ingapirca, a veces aislado de la gente del lugar, como en Champotón. Cuando iniciamos el Proyecto Oxkintok había que buscar un sitio adecuado donde poder instalar lo que los arqueólogos llamamos el campamento, que está compuesto por las habitaciones para dormir y también por las estancias dedicadas a almacén, laboratorio, cuartos de trabajo, suficientes baños, y otros rincones igualmente imprescindibles por una u otra razón. Dada la envergadura del proyecto buscábamos una gran casa, con mucho espacio, numerosos cuartos, un patio si era posible, en fin, toda la comodidad con toda la conveniencia científica. Lo encontramos en el pueblo de Maxcanú, y en él, en ese pueblo, he pasado alguno de los veranos más felices de mi vida, porque ahí sí fue fácil convivir con los pobladores, organizar excelentes cuadrillas de trabajadores, asistir a bonitas fiestas llenas de color y alegría, en fin, en Maxcanú encontramos todos los españoles la maravillosa hospitalidad maya y yucateca junto a muy buenas condiciones para desarrollar nuestra labor. La casa había sido antes ocupada por una sucursal bancaria, y tenía más de catorce habitaciones, y patio, y gran cocina, y bastantes duchas para que no notáramos tanto el pertinaz calor húmedo de la región. La gente de Maxcanú ha pasado a formar parte de nuestra memoria, y allí estará indeleble por su enorme simpatía y su extraordinaria calidad humana.

viernes, 17 de octubre de 2008

Las excavaciones

El año 1986 empezamos a excavar en Oxkintok. La primera tarea es siempre el levantamiento cartográfico y topográfico, y paralelamente se lleva a cabo una prospección general con el fin de conocer bien y de primera mano las condiciones del sitio arqueológico y de sus alrededores. El equipo era numeroso y estaba compuesto de profesores de la Universidad Complutense -a los que sucesivamente se unirían conservadores de museos, topógrafos, arquitectos, dibujantes, antropólogos y otros expertos en las distintas disciplinas necesarias en las excavaciones- y algunos estudiantes. Mi interés desde el principio era que Oxkintok se convirtiera en el punto de partida de algunas carreras profesionales, que los estudiantes universitarios hallaran el medio de tomar contacto con una realidad, histórica, metodológica y puramente técnica, a la que no pueden acceder plenamente en las aulas. Por otro lado, era consciente de la gran importancia de llevar a cabo un trabajo cuidadoso, con rigor, con los medios necesarios, ambicioso, pero a la vez claramente orientado por los problemas teóricos. La primera temporada sirvió para redactar también un catálogo de la estuatuaria del yacimiento, uno de los más ricos en escultura de todos los de Yucatán.

domingo, 21 de septiembre de 2008

OXKINTOK

En 1985 ya había adquirido una cierta experiencia sobre el trabajo de campo en el área maya. Ahora deseaba emprender un gran proyecto de investigaciones, un proyecto en el que pudiera desarrollar todas mis inquietudes arqueológicas, donde poder plantear algunas de las preguntas cruciales que me quitaban el sueño desde el lejano año 1971 en que me topé con los misterios de Tayasal y del Petén guatemalteco. Ese verano lo dediqué a visitar conjuntos de ruinas y a hablar con mis colegas yucatecos, pidiendo consejo y ayuda para mis propósitos. Fue Luis Millet Cámara, a la sazón arqueólogo del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México en el centro regional de Yucatán el que me puso en la pista de un lugar fundamental para entender la evolución cultural de los mayas septentrionales, y en el que prácticamente nadie había trabajado previamente. Lo fuimos a visitar, a unos 50 kilómetros de Mérida, y fue una revelación. El sitio estaba totalmente cubierto por la vegetación pero decenas de enormes montículos testimoniaban la grandeza del yacimiento y su importancia política en la Antigüedad. Las noticias eran que la ocupación humana se remontaba a los siglos anteriores a la Era cristiana y que existían allí vestigios de todas las épocas. Se habían descubierto inscripciones jeroglíficas muy antiguas, por ejemplo. Además, los cronistas españoles y el viajero norteamericano del siglo XIX J. L. Stephens habían escrito acerca de un curioso edificio llamado Satunsat, o Perdedero, que parecía una cueva artificial. No lo dudé un instante, aquella esplendorosa urbe, de enorme tamaño, llena de pirámides y templos arruinados y olvidados, era lo que estaba buscando. Ahora se trataba de obtener los permisos necesarios de las autoridades mexicanas y el dinero suficiente de las autoridades españolas para llevar a cabo un proyecto extraordinario, por sus dimensiones y sus objetivos, mayor de lo que habían sido hasta el momento nuestros trabajos americanos. No era tarea fácil, los mexicanos son suspicaces y exigentes, y el dinero no habita en los árboles. Pero tenía una baza esencial a mi favor, se acercaban las celebraciones del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, y nuestro Gobierno podía amparar investigaciones de prestigio en el terreno arqueológico, e incluirlas en el acuerdo de cooperación cultural firmado entre México y España. Así que me puse manos a la obra. Oxkintok me esperaba.

sábado, 13 de septiembre de 2008

COBÁ

El verano que los miembros del Departamento de Antropología Americana de la Complutense pasamos en Cobá (Quintana Roo, México), a pocos kilómetros del Caribe, fue tal vez uno de los verdaderamente apasionantes de mi vida profesional. El lugar no sólo es de los más interesantes desde el punto de vista de la arqueología, pues se trata de una de las ciudades más grandes y ricas de la civilización maya, un asentamiento que parece típico del Petén de Guatemala pero que se ubica mucho más al norte, lleno de grandes pirámides, estelas, monumentos con inscripciones y otros elementos característicos del apogeo clásico, sino que se emplaza en un paisaje tropical de una exuberancia y belleza fascinantes. La flora es variada y arrolladora -incluso agresiva en ocasiones- y la fauna es tan importante que llegan estudiosos de todos los rincones para estudiarla, sobre todo herpetólogos entusiamados por la cantidad de serpientes que por allí pululan. Nuestro cometido era identificar, registrar, catalogar y describir los monumentos pétreos esculpidos o con inscripciones, y a ello nos pusimos, algo temerosos los primeros días por el desfile incesante de serpientes de cascabel, serpientes coralillo y otros terribles y amenazadores reptiles que pasaban a nuestro lado. La selva cerrada era en sí misma un peligro, y tuvimos buen cuidado de no penetrar sin guía en ella en búsqueda de esculturas, porque la posibilidad de perderse es muy alta y la deshidratación consecuente, con efectos a menudo irreversibles y mortales, casi segura. Pero las lagunas, los majestuosos árboles, el verde lujurioso y exultante de vida, y, también, la buena comida y excelentes bebidas frías del hotel Villas Arqueológicas, nos hicieron la estancia en Cobá tan agradable como unas buenas vacaciones en los mejores rincones paradisíacos del planeta.

martes, 19 de agosto de 2008

Haltunchén

Si existe algún lugar en el mundo en el que parezca que el tiempo se ha detenido ése es Haltunchén, una aldea de pescadores en las afueras de Champotón, donde las gentes viven al día con una calma que más que tranquilidad es verdadera parsimonia. Allí se localizan unos cuantos montículos en los que ciframos nuestras esperanzas de descubrir Chakanputún, o al menos indicios suficientes de la presencia tolteca en la zona, o algo que pudiéramos fechar incuestionablemente en el siglo X. Lo que sí encontramos en seguida fueron bastantes serpientes, varias de ellas pertenecientes a la peligrosa secta de las coralillos. Salvo una de ellas, que atacó descaradamente -e insólitamente- a una de las chicas de la expedición, el resto se comportó como reptiles civilizados que por lo general iban a lo suyo, vivían y dejaban vivir.
Fue una larga y poco fructífera campaña. Logramos identificar el yacimiento, y quizás llenar una pequeña laguna de la arqueología de la costa campechana (los resultados se publicaron en la Revista Española de Antropología Americana), pero nuestros verdaderos objetivos no se alcanzaron, con lo que decidimos partir hacia otros horizontes. Corría el año 1983, habíamos resuelto pasar una temporada en Quintana Roo, bellísimo territorio donde todavía quedaban áreas monolingües, y donde se sitúa el que fue reducto último de los mayas rebeldes que tantos quebraderos de cabeza dieron al Gobierno de México en el siglo XIX.

domingo, 3 de agosto de 2008

En México

El trabajo en el occidente de Guatemala progresaba adecuadamente, a pesar de que se oían en la distancia los ecos del terrible conflicto civil. Pero llegó el momento en que España rompió las relaciones diplomáticas con el país centroamericano, luego del asalto a la embajada, y nosotros, que éramos una Misión Arqueológica oficial, dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores, tuvimos que abandonar el gran proyecto y pensar en otro destino. El año 1980 hicimos un recorrido por México; se trataba de continuar en el área maya con un objetivo suficientemente interesante. Lo hallamos en Champotón, un pueblo del sur del estado de Campeche. Allí, decía el mito, el héroe Quetzalcóatl se había embarcado adentrándose en el océano y prometiendo volver algún día a recuperar su reino. Incluso eran visibles las ruinas de una suerte de torre que se dice dejó el personaje como testimonio de su partida. Quetzalcóatl era tolteca, de modo que había que buscar vestigios de esa cultura. Además, de Chakanputún, tal vez el mismo Champotón moderno, salieron los itzáes que fundaron Chichén Itzá. En fin, que era un lugar lleno de sugerentes problemas arqueológicos que podíamos tratar de resolver. Un lugar alejado del trasiego turístico, detenido en el tiempo, con un ligero tinte decadente y una atmósfera a mitad de camino entre el misterio y la inquietante ambigüedad.

domingo, 27 de julio de 2008

¿Quiénes son los mayas?

Cuando se pasa un cierto tiempo en el altiplano de Guatemala o de Chiapas se llega a la convicción de que se ha conocido a la cultura maya. Los mayas pueblan estas regiones y sus tradiciones perviven con una fuerza asombrosa si se tienen en cuenta los factores negativos que han incidido sobre ellos desde la conquista hasta la actualidad. Pero los arqueólogos nos referimos casi siempre a los mayas que construyeron la espléndida civilización que se extendió por los actuales estados mexicanos de Campeche, Yucatán, Quintana Roo, parte de Tabasco, parte de Chiapas, el departamento guatemalteco de El Petén y, en menor medida, el de Izabal, la república de Belice y una estrecha franja del noroeste de Honduras. Esa civilización empezó hacia el 500 antes de Cristo y desapareció definitivamente en 1697. Por tanto, aunque los mayas de los Altos de Guatemala, o los tzotziles y tzeltales de Chiapas, sean ciertamente mayas, sus territorios modernos no pertenecen al área de la civilización maya, y su cultura tradicional está emparentada con la de esa civilización pero no es descendiente directa de ella. Hay que reconocer, pues, que con la palabra mayas nos podemos referir a los hablantes de alguna lengua maya o a los que edificaron las pirámides de Tikal, y se debe precisar en cada caso de qué mayas estamos hablando. Lo mismo sucede, desde luego, si decimos "romanos", porque muchos pensarían en seguida en las ricas pizzas del Trastévere y otros en el teatro de Mérida, y no son contextos iguales ni en sentido cultural ni histórico.

martes, 22 de julio de 2008

Los mayas del altiplano

Aquellos años en Quetzaltenango fueron fructíferos, no sólo porque las excavaciones en Salcajá dieron resultados de gran interés, sino por la estrecha convivencia con los mayas. En el altiplano de Guatemala y de Chiapas se concentran la mayor parte de las subetnias mayas de hoy, y el mayor número de idiomas mayances todavía hablados. Nombres sonoros, como quichés, cakchiqueles, tzutujiles, tojolabales, ixiles, mames, quekchíes, pokomchíes, hacen referencia a gentes que han conservado la tradición prehispánica en muchos de sus hábitos de vida, y no es raro ver a algunos indígenas haciendo ofrendas a sus dioses ancestrales, o tejiendo o cultivando como lo hicieron sus antepasados hace quince o veinte siglos.
Algunas noches, terminado el trabajo, nos subíamos al jeep y partíamos camino del océano Pacífico, de la costa, del pueblo de Champerico, distante algo más de 50 kilómetros. Una bajada fortísima, porque se pasaba en una hora de 2200 metros de altitud al nivel del mar. Los camarones de Champerico nos tenían fascinados, y esas gambas con rica cerveza valían sobradamente el esfuerzo. Un esfuerzo que entrañaba ciertos riesgos, pues a veces las formidables tormentas tropicales de verano sembraban el camino con centenares de rayos, en un espectáculo dantesco que podía tensar los nervios del aventurero más pintado

miércoles, 16 de julio de 2008

Quetzaltenango

Después de sopesar las ventajas y los inconvenientes, la Misión Española decidió iniciar un Proyecto de investigaciones arqueológicas y etnológicas en el valle del río Samalá, en el altiplano y la llanura costera del Pacífico de Guatemala. Además de interdisciplinar, el Proyecto trataba de estudiar las relaciones entre los dos ecosistemas, excavando varios sitios en diferentes altitudes. El campamento se estableció en la ciudad de Quetzaltenango, Xelahuh en el quiché de la región, y Xela para los entendidos en la materia. Una preciosa ciudad en la que hay casas muy interesantes construidas cuando el auge del comercio de café y cacao proporcionó pingües beneficios a la burquesía local. Incluso hay un edificio conmemorativo-religioso (?) dedicado por un dictador del país a una divinidad griega. En fin, otra anécdota jugosa es el apelativo que vimos utilizado por los habitantes de un pueblito llamado La Democracia, no lejos de Quetzaltenango, para referirse a su paraje: "el ombligo del mundo". Pero el sitio era tranquilo y acogedor y nos propusimos pasar allí un dilatado período llenando lagunas arqueológicas del territorio. No habíamos contado con que había gente armada, una guerrilla, un ejército, y un grave conflicto que afectaba a todo el occidente del país.

lunes, 14 de julio de 2008

Ese verano en Tayasal

Los arqueólogos han discutido durante mucho tiempo sobre el emplazamiento de la que fue última ciudad maya independiente. Había información sobre esa ciudad, llamada Tayasal, gracias a un cronista español, Juan de Villagutierre, pero se dudaba si estuvo en una isla del lago Petén Itzá (departamento de El Petén, Guatemala), o en una península del mismo lago que hasta hoy conserva el nombre. Además de haber resistido a los conquistadores hasta 1697, la ciudad era célebre porque allí hizo jornada Hernán Cortés en 1525 cuando se dirigía a Honduras atravesando las selvas centroamericanas. Parte del equipo estadounidense que había excavado Tikal en un proyecto excepcional, por su duración y sus resultados, iniciaba en los setenta una exploración sistemática para resolver el problema de la localización de Tayasal, y yo tuve la suerte de ser invitado a participar. El director era William Coe, aunque no se le veía mucho en el campo, y había un guatemalteco, de nombre Amílcar Ordóñez, con el que entablé amistad, los dos hispanos en el centro de una marea de gringos. Fue una temporada muy feliz, por todo lo que pude aprender y por el contacto tan estrecho con la cultura maya, y con la selva, en la que nos perdimos una vez, susto que luego atenuamos gracias a una caja de botellas de cerveza. No se encontró Tayasal -que hoy suponemos que estuvo en la isla de Flores- pero se descubrieron varios yacimientos clásicos y postclásicos interesantes.

domingo, 13 de julio de 2008

Hacia el norte

Aunque todos estábamos entusiasmados con la arqueología ecuatoriana, yo tenía la intención de inaugurar un nuevo proyecto más hacia el norte, es decir, en el área mesoamericana. En el año 1971 había pasado medio verano con un equipo de la Universidad de Pensilvania que trabajaba en la península de Tayasal, en el Petén de Guatemala, y había entrado en contacto con una civilización que admiraba desde mucho tiempo antes, la civilización maya. Convencí al director de la Misión Española, entonces José Alcina, y en el verano de 1973 llevé adelante un largo recorrido exploratorio por tres países de Mesoamérica, México, Guatemala y Belice, a los que posteriormente añadí Honduras. Con un equipo de colaboradores hicimos multitud de visitas, reconocimientos, fotografías y excavaciones de prueba en los lugares que nos parecieron más apropiados para un proyecto de cierta duración. Las peripecias de ese viaje darían para todo un libro; ya no eran los tiempos decimonónicos de los viejos exploradores como Stephens, pero mucho de lo que ellos encontraron y sufrieron seguía inamovible en los maravillosos paisajes centroamericanos, desde los enormes mosquitos y las garrapatas hasta los caminos intransitables y las tormentas torrenciales en medio de la selva. Obviamente, tan importantes nos parecieron los restos arqueológicos como las poblaciones indígenas que todavía conservaban muchas costumbres y creencias propias de la tradición precolombina.

sábado, 12 de julio de 2008

En el Ecuador

Una visita al Ecuador en 1970 nos permitió descubrir un bellísimo país con una arqueología poco y mal conocida pero de un sorprendente interés. Nos propusimos hacer del Ecuador el terreno para un nuevo proyecto arqueológico. Durante el recorrido nos pareció que la costa norte, famosa por el yacimiento de La Tolita, del que habían salido miles de objetos de oro y platino, casi todos producto del saqueo, pero carente de investigaciones en profundidad, era el lugar ideal. En efecto, establecimos el campamento en la ciudad de Esmeraldas, en el centro de un paisaje variado con población indígena como los cayapas y población negra, predominante en la costa misma, con la intención de explorar en un radio de unos 50 kilómetros y excavar en los sitios más prometedores. El resultado fueron siete años de trabajo intenso, con excavaciones en Balao, Atacames y otros puntos, y una gran cantidad de datos que fueron publicados casi en su totalidad: varias tesis doctorales, volúmenes del Ministerio de Asuntos Exteriores, bastantes artículos y una laguna en el mapa cultural prehispánico rellenada de forma digna.
Mientras estábamos trabajando en Esmeraldas, en 1974, surgió la posibilidad de excavar de nuevo en los Andes, en Ingapirca, un sitio de la etnia cañari colonizado por los incas. Allí nos fuimos algunos miembros de la Misión Española. Ingapirca no es el edén tropical costero, está a más de 4000 metros de altitud, sin ninguna comodidad, mucho frío y durísimas condiciones de trabajo. Durante dos temporadas hicimos una buena labor, excavamos y restauramos monumentos significativos como El Castillo, descubrimos importantes tumbas y se realizó la primera tipología cerámica sistemática. Cuando el domingo llegábamos a Cuenca, la vecina ciudad, en el destartalado jeep, pasábamos horas en la bañera con agua caliente, y otras tantas sentados a la mesa del excelente restaurante del hotel.

viernes, 11 de julio de 2008

Comienzos en Perú

Los comienzos de mi actividad como arqueólogo americanista se remontan a 1968. Formé parte entonces de un equipo dirigido por D. Manuel Ballesteros Gaibrois que se proponía desarrollar un proyecto interdisciplinar de excavaciones y estudios antropológicos en la localidad de Chinchero, en la sierra peruana, no lejos de la ciudad de Cuzco. Allí estuvimos trabajando tres veranos, a más de 2700 metros de altitud. Los resultados de aquellos trabajos aparecieron en una publicación del Ministerio de Asuntos Exteriores y en varios artículos. El lugar es desde todos los puntos de vista fascinante; situado en el curso del Urubamba, en el llamado Valle Sagrado de los incas. Los palacios que investigamos fueron mandados levantar por el inca Huayna Capac en un paraje de enorme belleza. Las laderas están cubiertas por las terrazas de cultivo prehispánicas y pocos son los afloramientos rocosos que no han sido "regularizados" por aquellas industriosas gentes amantes de la piedra, canteros sobresalientes y constructores esforzados y geniales. Pero Chinchero es interesante además porque la iglesita colonial posee unas hermosas pinturas, y porque la población indígena celebra los domingos en la plaza del pueblo unos mercados de gran colorido en los cuales predomina el trueque. Mis recuerdos están vivos, fue una experiencia inolvidable: el escaso oxígeno no era impedimento para trepar por las laderas con el entusiasmo del arqueólogo neófito que descubre una poderosa civilización de ruinas colosales y misteriosas.