¿Qué se dicen los mayas de esta vasija?

¿Qué se dicen los mayas de esta vasija?

domingo, 21 de septiembre de 2008

OXKINTOK

En 1985 ya había adquirido una cierta experiencia sobre el trabajo de campo en el área maya. Ahora deseaba emprender un gran proyecto de investigaciones, un proyecto en el que pudiera desarrollar todas mis inquietudes arqueológicas, donde poder plantear algunas de las preguntas cruciales que me quitaban el sueño desde el lejano año 1971 en que me topé con los misterios de Tayasal y del Petén guatemalteco. Ese verano lo dediqué a visitar conjuntos de ruinas y a hablar con mis colegas yucatecos, pidiendo consejo y ayuda para mis propósitos. Fue Luis Millet Cámara, a la sazón arqueólogo del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México en el centro regional de Yucatán el que me puso en la pista de un lugar fundamental para entender la evolución cultural de los mayas septentrionales, y en el que prácticamente nadie había trabajado previamente. Lo fuimos a visitar, a unos 50 kilómetros de Mérida, y fue una revelación. El sitio estaba totalmente cubierto por la vegetación pero decenas de enormes montículos testimoniaban la grandeza del yacimiento y su importancia política en la Antigüedad. Las noticias eran que la ocupación humana se remontaba a los siglos anteriores a la Era cristiana y que existían allí vestigios de todas las épocas. Se habían descubierto inscripciones jeroglíficas muy antiguas, por ejemplo. Además, los cronistas españoles y el viajero norteamericano del siglo XIX J. L. Stephens habían escrito acerca de un curioso edificio llamado Satunsat, o Perdedero, que parecía una cueva artificial. No lo dudé un instante, aquella esplendorosa urbe, de enorme tamaño, llena de pirámides y templos arruinados y olvidados, era lo que estaba buscando. Ahora se trataba de obtener los permisos necesarios de las autoridades mexicanas y el dinero suficiente de las autoridades españolas para llevar a cabo un proyecto extraordinario, por sus dimensiones y sus objetivos, mayor de lo que habían sido hasta el momento nuestros trabajos americanos. No era tarea fácil, los mexicanos son suspicaces y exigentes, y el dinero no habita en los árboles. Pero tenía una baza esencial a mi favor, se acercaban las celebraciones del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, y nuestro Gobierno podía amparar investigaciones de prestigio en el terreno arqueológico, e incluirlas en el acuerdo de cooperación cultural firmado entre México y España. Así que me puse manos a la obra. Oxkintok me esperaba.

sábado, 13 de septiembre de 2008

COBÁ

El verano que los miembros del Departamento de Antropología Americana de la Complutense pasamos en Cobá (Quintana Roo, México), a pocos kilómetros del Caribe, fue tal vez uno de los verdaderamente apasionantes de mi vida profesional. El lugar no sólo es de los más interesantes desde el punto de vista de la arqueología, pues se trata de una de las ciudades más grandes y ricas de la civilización maya, un asentamiento que parece típico del Petén de Guatemala pero que se ubica mucho más al norte, lleno de grandes pirámides, estelas, monumentos con inscripciones y otros elementos característicos del apogeo clásico, sino que se emplaza en un paisaje tropical de una exuberancia y belleza fascinantes. La flora es variada y arrolladora -incluso agresiva en ocasiones- y la fauna es tan importante que llegan estudiosos de todos los rincones para estudiarla, sobre todo herpetólogos entusiamados por la cantidad de serpientes que por allí pululan. Nuestro cometido era identificar, registrar, catalogar y describir los monumentos pétreos esculpidos o con inscripciones, y a ello nos pusimos, algo temerosos los primeros días por el desfile incesante de serpientes de cascabel, serpientes coralillo y otros terribles y amenazadores reptiles que pasaban a nuestro lado. La selva cerrada era en sí misma un peligro, y tuvimos buen cuidado de no penetrar sin guía en ella en búsqueda de esculturas, porque la posibilidad de perderse es muy alta y la deshidratación consecuente, con efectos a menudo irreversibles y mortales, casi segura. Pero las lagunas, los majestuosos árboles, el verde lujurioso y exultante de vida, y, también, la buena comida y excelentes bebidas frías del hotel Villas Arqueológicas, nos hicieron la estancia en Cobá tan agradable como unas buenas vacaciones en los mejores rincones paradisíacos del planeta.